Una Iglesia donde contemplar. Sueños de las mujeres jóvenes en la Iglesia (3)


    Jesús, cansado del camino, se sentó tranquilamente junto al pozo. Era mediodía. Una mujer de Samaría llegó a sacar agua.

Jesús le dice:

-        Dame de beber (Jn 4, 6-7)

    Vivimos una época de contrastes. A pesar de estar inmersos en una cultura digital, de redes e información disponible 24 horas, nos resulta difícil toparnos con lo distinto, con lo otro:

    “Viajamos por todas partes sin tener ninguna experiencia. Uno se entera de todo sin adquirir ningún conocimiento. Se ansían vivencias y estímulos con los que uno se queda siempre igual a sí mismo (…). La interconexión digital total y la comunicación total no facilitan el encuentro con otros. Más bien sirven para encontrar personas iguales y que piensan igual, haciéndonos pasar de largo ante desconocidos y quienes son distintos, y se encargan de que nuestro horizonte de experiencias se vuelva cada vez más estrecho”7

    Ante esta realidad, resulta tentador idealizar un pasado analógico, en el que lo relacional estaba vinculado a la presencia física, identificando lo que nos separa con lo virtual, que no deja de ser el soporte, el objeto. Y aunque es cierto que nuestra relación con los objetos configura nuestra subjetividad, desplazar el foco de atención del sujeto al objeto puede llevarnos a eludir nuestra responsabilidad individual, y por ende nuestra capacidad para cuestionar cómo nos relacionamos o cuál es nuestro margen de libertad para expresar quiénes somos.

    Las personas jóvenes confundimos a menudo la búsqueda de nuestra propia identidad con la necesidad de crear un “yo” definido exclusivamente por sus gustos y afinidades, que no son sino opciones de consumo. Consumimos ropa, dietas, ocio, cultura, terapias, alternativas de voto y también espiritualidad. La diversidad se convierte así en un escaparate y nosotras y nosotros –más nosotras- en sujetos publicitarios. Es más fácil y más inmediato decir “me gusta” que “soy”.

    El modelo de Iglesia que se nos propone a las y los jóvenes sintoniza en ciertos aspectos con esta cultura del “me gusta”, mediante una pastoral de cristiandad más que cristiana, que promueve fenómenos de masas y conforma un sentimiento identitario compacto en el que queda poco espacio para la inquietud y las dudas. Ser “creyente” se reduce así a un eslogan estampado en una camiseta, a aplaudir un discurso que nos viene dado o afirmar pasivamente unas creencias. La industria cultural de la religión embota toda relación con la trascendencia8.

    Para vivir y expresar la fe se nos presentan itinerarios preconfigurados que, a pesar de su aparente multiplicidad (tipos vocacionales, carismas, movimientos, etc.), constituyen categorías muy uniformes: un modelo único e idealizado de familia, la “soltería” como alternativa exótica y siempre bajo sospecha, un orden ministerial reservado para varones elegidos, y una propuesta de vida consagrada atravesada por una profunda brecha de género y que aun arrastra demasiados estereotipos del pasado.

    Las formas en las que podemos buscar nuestra propia identidad dentro de la Iglesia quedan perfectamente delimitadas en unos moldes más o menos rígidos en los que no siempre caben nuestros anhelos; más aún si somos mujeres, o tenemos una expresión de género distinta, u otras orientaciones sexuales, o si cuestionamos ciertas dinámicas de poder.

¿Cómo ser Iglesia desde la diversidad?

    El encuentro de Jesús con la samaritana se produce desde dos identidades radicalmente distintas y contrapuestas en su contexto. Él es judío, ella samaritana; Él varón, ella mujer; Él descansa tranquilamente junto al pozo, ella acude a sacar agua como parte de su afán cotidiano. En condiciones habituales no se hubieran rozado, ni mirado siquiera. Pero Jesús tiene sed.

        Dame de beber.

    La imagen de un Dios sediento, de un Dios vaciado de su poder, es común en la experiencia mística, y también en la vivencia cotidiana de tantas personas que sufren la opresión y la injusticia. Así lo expresa Etty Hillesum, una joven judía que vivió el Holocausto en profunda comunión con Dios:

    “Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de ti en nosotros. Tal vez así podamos hacer algo por resucitarte en los corazones desolados de la gente.”9

    El tránsito entre el “me gusta” y el “soy” conlleva, paradójicamente, despojarnos del “yo” y ponernos en diálogo con lo Otro, y con los otros:

    “El diálogo no es una conversación entre iguales, no es un mero discurso complementario, o una conversación amistosa, sino una práctica real de la escucha en la que la duda, la pregunta, existen para abrirse a uno mismo y para abrir al otro. En ese sentido, diálogo es aventura en lo desconocido. Acto político real entre diferencias que evolucionan en la búsqueda del conocimiento y de la acción que de éste se deriva.”10

    La mirada contemplativa nos va quitando etiquetas, prejuicios e identidades falsas, porque es capaz de ver lo sagrado en todos los seres.

    Necesitamos una Iglesia abierta al diálogo con lo diferente: con las mujeres, con las identidades sexuales no normativas, con otras formas de espiritualidad, con las teólogas y teólogos cuyo trabajo disiente de la doctrina oficial, con el pensamiento crítico, con la naturaleza, con el arte, con las personas marginadas por cualquier causa.

    Necesitamos una Iglesia abierta a ser trasfigurada en este diálogo, despojada de sus certezas, sedienta de agua y Espíritu.

    Necesitamos una Iglesia donde contemplar.

    Contemplar no consiste en quedarse arrobadas en experiencias ultraterrenas, ni en adorar objetos misteriosos. Es más bien entrenarse en una manera distinta de habitar el mundo y de sentirnos habitadas, percibiendo en todo la presencia de un Dios que no se impone, sino que llama a la puerta esperando ser acogido (Ap 3, 20).

    Necesitamos la contemplación como práctica de resistencia transformadora y creadora de nuevos lenguajes:

    La espiritualidad occidental ha producido gran cantidad de términos relativos a la guerra que expresan aspectos importantes de la experiencia de Dios. Pero las mujeres vamos encontrando otro vocabulario más inclusivo y colectivo, como, por ejemplo, la resistencia, de que la que tenemos una larga experiencia y que combina tanto su significado activo como pasivo. Transformar los lenguajes para el futuro supone transformar nuestra manera de vivir, de pensar, de sentir y de amar. Los lenguajes incorporan a la vida el universo simbólico de las expresiones, imágenes, símbolos y metáforas que lo construyen.”11

    La contemplación nos permite resistir en tanto que nos permite ser plenamente conscientes de nuestra vulnerabilidad, y conectar desde ahí con la fragilidad y la belleza de todo cuanto existe.

    Sólo una Iglesia contemplativa puede albergar la diversidad, dar lugar al movimiento, dejarse llevar por el Espíritu.


 7. HAN, Byung-Chul. La expulsión de lo distinto. Barcelona: Herder. 2017

 8. TIBURI, Marcia. ¿Cómo conversar con un fascista? Reflexiones sobre el autoritarismo de la vida cotidiana. Mexico D.F: Akal. 2018

 9. Citado en LEBEAU, Paul. Etty Hillesum. Un itinerario espiritual. Santander: Sal Terrae. 2000

10. TIBURI, ¿Cómo conversar con un fascista? …

11. MARTÍNEZ CANO, Silvia en BARA BANCEL, Silvia (ed.) Mujeres mística y política. Estela: Editorial Verbo Divino. 2016 

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